martes, 6 de febrero de 2018

ARTÍCULO

Fallecimiento de Altamirano 
Apolinar Castrejón Marino
Nuestros maestros de la educación básica, se encargaron pacientemente durante varios años, de despertar el amor hacia nuestros héroes y próceres. Lamentablemente, ese amor no siempre es bien correspondido, pues las pretensiones de nuestros compatriotas destacados, tienen destinos fuera de nuestros alcances.
Nuestra historia patria también tiene el vicio de establecer categorías de tiempo y espacio arbitrarias, como cuando nos dicen que debemos estar orgullosos de la memoria de Altamirano y Juan Ruiz de Alarcón, porque son guerrerenses distinguidos.
Lo cual es inexacto, pues el primero nació el 13 de noviembre de 1834 en la población de Tixtla, y el segundo en Taxco, en el año 1580, sin precisarse mes ni año. Y el estado de Guerrero
fue fundado el 27 de octubre del año 1849, en honor del héroe insurgente Vicente Guerrero. Así que nacieron en un estado que aún no se llamaba Guerrero.
Pero lo peor es que al parecer, no estaban muy complacidos de ser originarios de esta entidad  de la costa del Pacífico. Hay vestigios incontrovertibles de que Alarcón hubiese preferido ser español. Y por cuanto hace a Altamirano, quisiéramos que con su maravilloso talento, hubiese descrito su tierra natal Tixtla, o cualquier otro lugar de muestro estado suriano.
Pero no es así. El Zarco es una novela en que figuran unos  delincuentes llamados los plateados y está ambientada en una población del estado de Morelos llamado Yautepec. Clemencia es otra novela de lances románticos que se desarrolla en Guadalajara. Y en la navidad en las montañas, describe magistralmente un lugar no identificado, pero muy ajeno a su natal Tixtla, por que detalla minuciosamente una flora abundante de clima tropical, y muchos productos completamente desconocidos en Tixtla, como los trigales, las castañas, y los nogales.
Haga de cuenta como los “Dreamers” de la actualidad, que son mexicanos, pero ellos no quieren a su país, sino que les gusta vivir en ciudades norteamericanas, estudiar en escuelas norteamericanas y comer productos norteamericanos. Ah, y si los deportan es como si los mandaran a vivir en el infierno.
Pero, volviendo al maestro Ignacio Manuel Altamirano, decíamos que nació en Tixtla, el cual era distrito de Chilapa, que en ese tiempo pertenecía al Estado de México, al que igualmente correspondían los distritos de Acapulco y Taxco.
La infancia de Ignacio Manuel transcurrió sin sobresaltos en la humildad de su hogar y sin siquiera saber hablar el español, pues su lengua materna era el náhuatl.
Gracias a la benevolencia de un cacique Ignacio Manuel pudo trasladarse a la ciudad de México a estudiar. Y luego se trasladó al instituto literario de Toluca. Ahí se relacionó con gente muy importante y se cultivó en legua arte, y cultura.
Temporalmente se dedicó a dar clases. y las convulsiones políticas lo empujaron a convertirse en soldado, en el bando liberal. Participó en la política interna del país, y después en el servicio diplomático. Escribió gran cantidad de obras de muchos géneros, desde poesía, novelas, discursos, brindis, etc.
Cuando vivía en Paris, contrajo la enfermedad de tuberculosis, que en ese tiempo era incurable y mortal. En 1892, viajó a Italia en compañía de su esposa Margarita, buscando un clima más beneficioso para su salud.
Los Altamirano se instalaron en San Remo, cerca de Mónaco, ciudad famosa por su clima mediterráneo muy agradable. En un pequeño cuarto con un balcón con vista al mar, aunque no tan espacioso y ventilado como lo hubiera deseado.
Llegaron los familiares de Ignacio Manuel, don Joaquín D. Casasús, su esposa Catalina y su pequeño hijo Héctor, y de inmediato, Casasús se dedicó a buscar un mejor alojamiento, pues el maestro Altamirano ya no podía ponerse de pie.
Rentó la Villa Garbarino, donde el maestro se sintió mejor, y hasta renovó sus esperanzas de volver a México. Los Casasús se trasladaron a Génova llevando unos análisis, teniendo todavía la esperanza de que fueran distintos a los que ya conocían. Fueron falsas esperanzas, pues la enfermedad avanzaba, y pronto fue necesario prepararse para un triste desenlace.
Casasús fue el receptor de las disposiciones testamentarias de Altamirano, que no tenía fortuna, ni deudas, ni problemas de familia. Lo único que le preocupaba era quedar lejos de México. “No quiero que me dejen en tierra extranjera; y como el medio más seguro para volver a la patria es la cremación de mi cadáver, después que yo muera, imponga usted esta voluntad y lleve a la patria mis cenizas”.
El maestro murió el 13 de febrero de 1893, a la edad de 59 años, cumpliéndose así uno de sus vaticinios involuntarios: “En 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir”.
Altamirano recibió un sencillo homenaje de despedida, por parte de hombres innovadores, encabezados por el señor Bernardo Calvino, al frente de una comitiva. Depositó sobre sus restos una corona de flores, y dijo a Casasús: “Hemos sabido que el señor Altamirano, era un viejo liberal, un patriota distinguido y un hombre de letras eminente, y hemos querido, los miembros de la Sociedad de Librepensadores de San Remo, venir a presentarle el testimonio de nuestra simpatía y de nuestra admiración y a acompañarlo al cementerio para ser testigos de la cremación de su cadáver”.
Las cenizas del maestro Altamirano fueron depositadas en una caja pequeña y llevadas por Casasús a París, luego a Nueva York, después a Veracruz y, finalmente, a la ciudad de México. El 13 de noviembre de 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón de Dolores de la ciudad de México.

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