miércoles, 21 de marzo de 2018

ARTÍCULO

El amor en primavera
Apolinar Castrejón Marino
Uno de nuestros más queridos amigos está positivamente convencido de que el 14 de febrero como fecha para celebrar el amor, está un poco adelantada. Según su opinión, el amor florece en la primavera, es decir, a partir del 21 de marzo.
Y quizá tenga algo de razón, pues con el clima caluroso, y el renacimiento de la flora en los valles y en las montañas, también se despierta la pasión.
Asegura nuestro amigo que la costumbre de las personas de regalar chocolates y flores, o invitar a comer a la amada, parece tener un antecedente en el macho de codorniz, que acostumbra llevar a su hembra un regalo de bodas alimenticio, como pago adelantado para que acceda a sus pretensiones.
La gaviota argéntea hace lo mismo, pero es más fina, tanto que si uno va al mar y ve a dos de estas aves detallistas, seguro ese asombrará de como la hembra puede tomar el gusano que le
ofrece del macho, con tanta delicadeza, como dos adolescentes que intercambian chicles.
El naturalista Thomas McNamee escribió sobre el oso pardo del Parque Nacional de Yellowstone: “Se tendía con su hembra, en el nido de hojas y ramas que era su cama, pasando una garra protectora y posesiva por encima de su lomo. Cuando otros osos pardos se acercaban... un solo gruñido solía bastar, para que el competidor se alejara”.
El zoo psicólogo Matt Ridley estudió concienzudamente la estrategia de seducción del pavo real, con sus plumas de colores. Asegura que el animal está covencido del hechizo de los ojos -que también está presente en nuestro imaginario popular en poesías, cuadros, películas y canciones- y aprovecha ese efecto emocional para conquistar a la hembra.
La hembra del pavo real, cae rendida ante ese soberbio abanico, que reproduce artísticamente aumentada, una de las más complicadas decoraciones de la naturaleza.
¡Imagínese usted 130 enormes ojos! Una “pupila” de color violeta oscuro, rodeada de un “iris” de tono esmeralda, en medio de un “globo ocular” de color bronce, rodeado de una contrastante franja amarilla, y encima, “cejas” liliáceas ¡Ninguna hembra puede resistir esto!
¿Por qué tomarse tantos trabajo para la conquista? Pues porque lo que se consigue fácilmente, no satisface. El profesor Otto Koening, director del Instituto Biológico del Wilhelminenberg, en Viena, se propuso crear un paraíso sobre la tierra, para una colonia de treinta garcillas bueyeras.
Encerró en una reserva 50 aves -que normalmente viven en severa monogamia- con provisiones de comida y agua inagotables. El resultado fue una ilimitada vida sexual: comer y aparearse. Pero esto se convirtió en un infierno para estas aves.
Empezaron por pelearse entre todos, hasta la muerte, los que quedaron, trataron de escaparse. Algo similar al amor libérrimo de los hippies, que  no pudo crear en absoluto, un mundo de bondadoso amor hacia el prójimo, y solo produjo constante malhumor y fastidio, y sangrientas peleas entre quienes se consideraban hermanos.
Los líderes e ídolos, llenos de fama y de gloria, y fastidiados del sexo, murieron hundidos en las drogas y en la locura.
En el otro extremo tenemos que ningún ser, animal o humano ha dejado de experimentar, que junto con la divina ternura, llegan también los impulsos de posesividad infernal.
Los celos ciegan y ensordecen a los animales y a los humanos por igual. El fundador de la etología, Konrad Lorenz, estudió el instinto de agresión integrada al afecto -típica de los amantes- y encontró los mejores parámetros en los tigres:
La luna de miel de los grandes felinos depredadores inicia con el comportamiento de las hembras, como niños, para atrae al tigre. Debido a la naturaleza agresiva y mortal, el tigre se pone a la expectativa a una distancia segura, y observa todos sus movimientos.
Como siguiente paso, ella lo ronda varias veces, llamándolo al juego. Se acerca y acaricia la cara con los pelos de su bigote. Pero cuando el tigre macho cree que ha llegado ya al momento de disfrutar las mieles del amor, se equivoca. La hembra cambia repentinamente de humor y deja de ser una gatita amorosa para transformarse en una bestia que resopla, enseña los dientes y saca las garras.
Entonces el macho se impone con su fuerza y fiereza y entonces el apareamiento se torna casi homicida: el macho coge con los dientes la nuca de la hembra y con un mordisco mortal la somete salvajemente, en una mezcla de instintos contrapuestos.
Después de la entrega, a la hembra le entran los demonios: se sacude del novio y lo ataca con intenciones auténticamente asesinas, pero cuando la hembra está a punto de matarlo, el macho entiende que es tiempo de poner distancia de por medio.
Pero aún tenemos casos extraordinarios. Los canarios nos demuestran que también en la edad madura se puede disfrutar el amor. Para ellos, el atractivo sexual consiste en la belleza de sus cantos, y no en los bríos juveniles del macho.
En los cortejos de los canarios son siempre los de más edad los que primero encuentran compañera. En la escala humana, encontramos este caso en Florentino Ariza, el personaje de “El amor en los tiempos del cólera” que tenía un arrastre sexual insondable, con las mujeres. No porque fuera el más fuerte, sino por su aspecto vulnerable, que suscitaba sentimientos maternales de protección. “Tino” lo sintetizaba con estas palabras: “ellas saben que nunca les haría daño”.

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