lunes, 14 de mayo de 2018

ARTÍCULO

Terrorismo y espantismo en México
Apolinar Castrejón Marino
¿Que tendrá que ver mi familia con tu lucha?
¿Qué tendrá que ver mi pena con tu odio?
¿Y qué tienes que ver tú conmigo?
Si yo no tengo nada que ver contigo.
Quizá usted sea partidario de la “libertad” de manifestación, y quizá hasta le guste el desorden que provocan en las calles la gran cantidad y variedad de organizaciones rojas, rosas, negras, verdes, y de todos colores. Entonces, no siga leyendo este comentario.
Porque hoy hablaremos del terrorismo, esa anarquía que pone a la gente en peligro de sufrir atropellos y vejaciones, sin distinción de género, edad o situación física. Esos innumerables “protestadores” anti gobierno, aseguran que su lucha es “pacífica”, pero sus huestes tienen mucho cuidado de provocar temor con solo verlos. Tal es el propósito de su indumentaria: sudaderas con gorro, pañuelos para cubrir el rostro, y mochilas a la espalda.
Además de su atavío, los grupos “de lucha” procuran mostrar su poderío: seleccio
nando a los más jóvenes y corpulentos, para que vayan en “la avanzada”, y que vayan armados de objetos punzo cortantes y arrojadizos, convenientemente disfrazados en las astas de sus banderas y mantas de consignas.
Esos participantes en las marchas y protestas “pacíficas”, llevan en sus mochilas: petardos, bombas “molotov”, y “puntas” hechas con varillas afiladas. Completan las escenas de espantismo, con sus viejas camionetas, equipadas con escandalosos equipos de sonido, desde los cuales pronuncian tal cantidad de improperios contra el gobierno, y contra la población a los que tachan de “mirones” y cobardes.
Pero, la violencia en México ha sido constante en toda la historia. De la violencia contra los españoles invasores, nuestros antecesores pasaron a la violencia entre las castas, y después vino la violencia del estado contra la iglesia. Guerra de independencia, guerra de castas y guerra cristera.
Del plano nacional, pasó al plano de violencia entre distintos sectores de la sociedad: la violencia por la posesión y dominio de tierras y aguas, la violencia revolucionaria, y la violencia por el poder político.
Estos tipos de confrontaciones se realizaron al tono de las balas. Pero, después de la revolución de 1910, cuando el enfrentamiento entre los militares contra los políticos alcanzó los más altos índices de muertes, los políticos propusieron: repartirse el poder….en paz.
Los militares aceptaron este pacto de caballeros, sin saber que a la primera oportunidad serían traicionados. Alguien debió decirles que con el diablo no se juega.
Y entonces empezó una etapa de guerra disfrazada, el terrorismo. Una estrategia muy conveniente para los dos bandos, porque se procura que los dirigentes nunca se pongan en riesgo, y que no haya muertos. Pero es nefasta para la sociedad, porque se pone de por medio a la gente, que nada tiene que ver en la disputa.
Veamos un caso actual: los “estudiantes” de Ayotzinapa. Es una confrontación entre los familiares de los normalistas, en contra del Estado. Es una lucha endémica e indefinida, caracterizada por graves episodios de terrorismo dirigidos contra la población: jóvenes embozados dirigen “marchas” multitudinarias en las cuales manifiestan su repudio hacia las autoridades.
Grupos de hombres y mujeres con el rostro cubierto, con el pretexto de “Los 43” se apoderan de las casetas de cobro de las autopistas, para “protestar” contra el gobierno, y de paso, allegarse fondos económicos. Hordas de agresores, vandalizan y destruyen edificios públicos. Toman por asalto oficinas de los partidos políticos, y sitian los bancos.
Piromaniacos, golpeadores y vagos, tienen la mejor acogida entre los grupos y organizaciones anti gobierno. Porque aportan al “movimiento” su falta de temor para ir a la cárcel, y su protagonismo para ser golpeados y detenidos. Son los que muestran sus caras golpeadas y magulladas ante las cámaras, con el mayor orgullo, y se llaman mártires y víctimas de la represión.
Estos anarquistas, en las calles le gritan al gobierno exigiendo democracia, justicia y “apoyos”. Le reclaman corrupción e impunidad, perjuicios y violencia. Y la gente se muestra comprensiva con esos reclamos, y hasta les demuestra su solidaridad.
Con habilidad digna de mejor causa, los manifestantes operan en los medios de comunicación (secuestrando las estaciones de radio), para que sus protestas se conviertan en “luchas sociales”, aprovechando que la gente “se engancha” fácilmente en cualquier protesta, tratando de desahogar su propia inconformidad y coraje.
Pero en realidad, nada vale la pena para ver paralizada su vida cotidiana: el bloqueo de las calles, que no le permite ir a su trabajo, a la escuela, o a cualquier actividad que le sea propia. O quedar cautivos en un banco, o una tienda o una escuela, con la amenaza de una bomba, o un asalto armado, o incendio.
Y entonces se da cuenta que no gana nada, si gana un bando como el otro.

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