jueves, 9 de agosto de 2018

ARTÍCULO

La nueva visión
de los vencidos
Apolinar Castrejón Marino
Cuando los españoles llegaron a nuestras tierras, alteraron bruscamente la vida de nuestros antepasados, pero ellos también pasaron situaciones difíciles y grotescas. Una buena cantidad de libros relatan cómo fueron víctimas de la burla, y las vaciladas de los criollos.
El Periquillo Sarniento, y Don Catrín de la Fachenda, de Joaquín Fernández de Lizardi, contienen anécdotas de como los conquistadores eran engañados por los pobladores, y ocasionalmente ellos solos caían en el engaño.
Una simpática anécdota es de cierto español, en un tianguis que se acercó a preguntar que eran esas bolas rugosas y negras por fuera, y verdes por dentro. El vendedor, con su mejor cara de inocencia, le dijo que se llamaban aguacates. Los otros vendedores aborígenes que se encontraban cerca, se rieron discretamente, pues aguacates era com
o llamaban a los testículos.
Pero la broma no acabaría allí, pues cuando el marchante español preguntó que como se comía, el aborigen partió un aguacate con su cuchillo, y le dijo que esa bola que estaba adentro, era muy nutritiva, aunque un poco amarga. Y que la pulpa de color verde no servía para nada, y haría bien en tirarla.
Los indígenas se apretaban la barriga de tanto reírse, cuando vieron que el español se comía la bola del aguacate, y luego se retiraba a un rincón para vomitar. Y las risas continuaron al día siguiente, cuando vieron al marchante, con los labios escaldados, bien hinchados. 
También encontramos el relato de perico, un joven español que llegó a nuestro país positivamente convencido de las riquezas que aquí había. Le habían hablado del oro y la plata que había en las minas, en los cerros y hasta en al suelo.
Desembarcó en el puerto de Veracruz y le pareció lo más prudente, seguir a los viajeros que se encaminaban hacia la ciudad de México. Tenían que caminar y pernoctar en el camino 2 o 3 días para llegar a la ciudad. Así que… a que caminar.
Era un poco tarde, pero de todas formas al ir desapareciendo la luz del día, perico notó que el camino aún se veía, por el color blanco de la tierra, y entonces se acordó que le dijeron que la plata era tan abundante, que había hasta en el suelo.
En la semioscuridad tropezó con unas piedras, y al agacharse a mirarlas, vio que eran de color blanquecino. Entonces pensó que eran de plata, y las recogió para guardarlas en un morral que llevaba colgado del hombro. Poco más adelante recogió otras piedras blancas, y en poco tiempo llenó su bolsa de piedras.
Durante 3 días anduvo cargando su pesado morral. Cansado y con los hombros magullados por el peso, al llegar a la ciudad de México, y tratar de vender sus piedras “de plata”, le dijeron que solo eran piedras, y que no valían nada. Poco faltó para que lo agarraran a pedradas, como un vil  estafador.
El imperio azteca fue fundado en el centro del país, el 13 de agosto de 1521, en un islote del lago de Texcoco donde los peregrinos del pueblo mexica, vieron un águila devorando una serpiente, como se los había indicado su deidad Huitzilopochtli.
Debido a la geografía del lugar, formaron 2 pueblos: México-Tlatelolco y México-Tenochtitlán.
Los tlatelolcas se dedicaron al comercio, y pronto formaron una gran ciudad con puentes, acueductos, calzadas, avenidas, y tecnología para separar el agua dulce de la salobre. Edificaron un Templo  para adorar al dios de la lluvia, Tláloc.
Los tenochcas edificaron una gran metrópoli bien estructurada, higiénica y organizada, en la cual habitaban más de dos mil personas por kilómetro cuadrado, y se dedicaron a la navegación, a la formación militar, y a la política.
Ambas sociedades tuvieron varios enfrentamientos, hasta que en 1473 los tenochcas derrotaron a sus primos los tlatelocas, y los convirtieron en súbditos.
Por ese tiempo, los hechiceros y sabios dieron la noticia al rey de que a las costas del Golfo habían llegado unas “como torres, que venían flotando por encima del mar. Y en ellos venían gentes extrañas de carnes muy blancas, con barbas largas y el cabello hasta las orejas”.
Y se cumplieron las profecías de que la llegada de los españoles sería catastrófica para la ciudad, pues se declaró la guerra ente mexicas y españoles. Fue una lucha desigual, y el 13 de agosto de 1521 las tropas del conquistador Hernán Cortés vencieron y capturaron a Cuauhtémoc, el último tlatoani. Así se apoderaron del imperio azteca.
¿Por qué conservamos este tipo de historias? Deberíamos convocar a los mejores escritores para que inventaran una historia en la que los mexicas derrotaron y expulsaron a los españoles y nos quedamos a vivir tranquilamente los indígenas… y las ratas ¿No?

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