viernes, 11 de enero de 2019

ARTICULO

Notas para comprender la muerte
Daniel Reyes
Primera parte
Nuestro mundo occidental tiene un claro y difícil problema con la muerte, su comprensión y reflexión es prácticamente nulo, ella, es para nuestra sociedad un tema oculto y se trata de evadir de cualquier forma, por lo que podríamos decir que no hay  o no existe una cultura sobre la muerte a diferencia de oriente, donde la pérdida de un ser querido, no es tan dolorosa.
Elisabeth Kübler Ross es quizá la única mujer que dedicó su vida al estudio de la muerte. Nacida en Zúrich  el 8 de julio de 1926, comenzó  como residente a dialogar con los pacientes  que estaban a punto de morir, descubriendo que conforme se va acercando el fin, los enfermos pasan por diferentes fases que van desde la negación, la ira, la negociación con el principio divino, posteriormente la depresión y al final la aceptación o resignación ante lo inevitable.
TIME la consideró como una de las cien personas más destacadas del pasado siglo XX y fue galardonada como la mujer de la década para las ciencias en los años setentas.  Sin duda, camb
io la visión mundo hacia la muerte, enseñando  que morir no era tan trágico y que el final de la vida, es el hecho más importante de la vida  y que debemos tener compasión y ayudar a quien se encuentra en ese proceso  final.
En su primer libro,  “Sobre la muerte y el morir (1969)” expone sus ideas principales ideas y cómo nace su interés por estudiar el fenómeno de la muerte: Un día de otoño de 1965 golpearon a la puerta de mi despacho. Cuatro alumnos del Seminario Teológico de Chicago se presentaron y me dijeron que estaban haciendo investigaciones para una tesis en que proponían que la muerte es la crisis definitiva que la gente tiene que enfrentar. No sé cómo habían encontrado una trascripción de mi primera charla en Denver, pero alguien les dijo que yo también había escrito un artículo; no lograban encontrarlo y por eso acudían a mí.
Se llevaron una desilusión cuando les dije que ese artículo no existía, pero los invité a sentarse y charlar. No me sorprendió que los alumnos del seminario estuvieran interesados en el tema de la muerte y la forma de morir. Tenían tantos motivos para estudiar la muerte como cualquier médico; también trataban con moribundos. Ciertamente se planteaban preguntas sobre la muerte  y el morir que no se podían contestar leyendo la Biblia.
Durante la conversación, reconocieron que se sentían impotentes y confusos cuando la gente les hacía preguntas acerca de la muerte. Ninguno de ellos había hablado jamás con moribundos ni había visto un cadáver. Me preguntaron si se me ocurría de qué modo podrían tener esa experiencia práctica. Incluso sugirieron observarme cuando yo visitaba a un moribundo. En esos momentos yo no sabía lo que me ofrecían con esa propuesta: un acicate para mi trabajo con la muerte y la forma de morir.
Durante la semana siguiente pensé en que mi trabajo como enlace psiquiátrico me brindaba la oportunidad de comunicarme con pacientes de los departamentos de oncología, medicina interna y ginecología. Algunos padecían enfermedades terminales, otros tenían que esperar sentados, solos y angustiados, los tratamientos de radio y quimioterapia, o simplemente que les hicieran una radiografía. Pero todos se sentían asustados y solos, y ansiaban angustiosamente poder hablar con alguien de sus preocupaciones. Yo hacía eso de modo natural. Les hacía una pregunta y era como abrir una compuerta.  Continuará…

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