miércoles, 10 de abril de 2019

ARTÍCULO

Del ayuno cuaresmal
Edilberto Nava García
Hace muchos años, lo saben muchos de mis contemporáneos, la iglesia católica era única en Apango, pues en materia de creencia o de fe no había discrepancia. Desde luego, eran otras las condiciones culturales del pueblo y, perdón, pero debemos recordar y reconocer que se contaban con los dedos de la mano los pocos que habían concluido la primaria y hasta eso, fuera de Apango. ¿Quiénes eran los paisanos con primaria terminada? Epifanio Sevilla Campos, Bernardo Flores Morales, Eustaquio Castillo, ya profesores y desde luego los sacerdotes, Hilario Aragón y José Tayde Hernández Mo
reno. La primera generación de la escuela primaria Pablo l. Sidar fue en 1964.
Así es que casi todo el pueblo no conocía letra, que no es exactamente que ignorante; nuestro castellano era más áspero de lo normal y un tanto reciente, pues quince años antes predominaba el idioma mexicano o náhuatl. Nuestro atraso cultural era muy notable y es donde el catolicismo predomina; donde se acatan sus dogmas casi a ciegas. Por eso el ayuno de cuaresma era casi total. Y sin embargo mi papá no lo acataba; no por desapego a su creencia en Dios, sino precisamente por lo contrario, ya que llevaba años leyendo la Biblia, algo que no gustaba al cura Rodrigo Orozco, pues decía que ni él con “tantos estudios” la entendía. Su lógica pretendía ser evidente, porque en ese entonces hacían creer que los sacerdotes leían a lo jijo, cosa falsa.
Era peor que ahora, pues no ayunaban únicamente los niños menores de cinco años de edad. A ellos, les preparaban sus mamás, al menos una taza con té de canela, un pan, una porción de guisado y las tortillas de costumbre. A los mayores de esa edad e incluso a los ancianos, por indicación del cura del pueblo debían ayunar obligadamente. A las doce del día mi mamá nos preparaba sopa aguada o de arroz, un plato con frijoles y contadas las tortillas, porque, si comes más de la cuenta, no te vale el ayuno, nos decía ella con ternura. Nosotros en casa, con tanta hambre, queríamos reponernos comiendo un poco más. En la noche se nos daba o canela con un pan o bien atole de arroz con un pan también. En honor a la verdad no queríamos dormir, sino espiar a mi mamá para que pudiésemos ir al menos por otra taza de atole y un pedazo de pan. La debilidad nos vencía. Mi mamé nos decía: ni modos, así lo ordena la Santa Madre Iglesia. Y nosotros creyendo que era una señora gigantesca vestida con su hábito de monja. Ni miércoles ni viernes debíamos probar bocado alguno conteniendo carne; vaya, ni otro guisado anterior que ya no tuviese carne.
Lo más grave para los infantes de ese lejano ayer, era la Semana Santa o Semana Mayor. Y le preguntábamos a mi papá del porqué de Semana Santa y de la Semana Mayor, si tiene los mismos días. Mi papá sonreía y nos miraba con esa mirada de conmisceración. Son cosas del cristianismo al capricho de Roma, donde se llevaron al apóstol Pedro, pues a él se dice que le indicó Jesús: en ti edificaré mi iglesia. Nos lo repetía en forma similar. Y mi papá nos leía los cuatro evangelios, diciéndonos que sólo dos autores fueron realmente apóstoles: Juan y Mateo; que ni Lucas ni Marcos conocieron a Jesús de Nazareth, y escribieron lo que oyeron de otros acerca del mesías. Recuerdo que mi papá nos corregía nuestra lectura y cuando creyó que habíamos mejorado, nos leía lo mismo la biblia que las mil y una noches, a Bertoldo y mucho de la historia de la Revolución Mexicana.
Desde el Domingo de Ramos comenzaba nuestro ayuno de toda la semana. Había otras prohibiciones, sobre todo para quienes en los menesteres litúrgicos, como los artilleros, no debían ingerir bebida embriagadora, práctica tan arraigada. Los niños no debíamos apedrear algo, porque apedreábamos a Cristo. Ni señalar con el índice, porque era como si acusásemos a Cristo. Ni jugar pelota debíamos. Hasta el baño corporal con agua estaba reglamentado: el jueves debía bañarse todo mundo antes de la misa en que, quien personificaba a Cristo les lavaba los pies a los apóstoles en la escenificación de la Última Cena. Se cerraba la gloria y no se abría sino hasta la madrugada del Domingo de Resurrección, a las siete de la mañana. Después de misa podía uno bañarse.
No comprendo porqué a la imagen de Jesús Nazareno, luego de la aprehensión en el Huerto de los Olivos, en la esquina sur-poniente del interior del atrio se le encarcelaba, con una puerta a cuadros hecha a base de carrizos esa noche de Jueves Santo y en virtud del ayuno, mucha gente acompañaba al preso, haciéndose costumbre de llevar algunas señoras, después de las ocho de la noche, atole de agua miel, de canela o de piña con sabrosos totopos. A esa hora, todo mundo tenía derecho a recibir atole y totopos, pues el ayuno concluía a esa hora.
Ahora se sabe que los propios sacerdotes dicen que el ayuno es decisión de cada cristiano, de cada creyente en familia. También es cierto que ahora en este pueblo hay varias corrientes de práctica cristiana muy variada. El ayuno ha dejado de ser obligatorio, pues resulta que con la pobreza que se vive, hay quienes echan malhayas, diciendo que cuando hay dinero para carne, resulta que es vigilia. Aun así, los carniceros evitan sacrificar animales en miércoles y viernes, porque los católicos de abolengo aún se abstienen de comer carne en dichos días.
En casa no se ayuna por motivos religiosos y gracias a Dios tampoco hemos ayunado por pobreza extrema, sino racionado nuestra alimentación con aquello que nutre. Ni conocemos de vinos ni de caviar; ni de cabrito al pastor o algo que se les parezca. Eso sí, cuando hay, le tupimos a los frijoles, a las salsas y a las tortillas y cuanto el Gran Creador nos bendice.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.