martes, 14 de mayo de 2019

ARTÍCULO

Diles que
no me maten
Apolinar Castrejón Marino
¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Diles que lo hagan por caridad.
No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
Del libro El llano en llamas, publicado en 1953 seleccionamos el cuento “Diles que no me maten” para hablarles del escritor mexicano Juan Rulfo, debid
o a que nació 16 de mayo de 1917, en la Ciudad de México.
Revisamos otros cuentos como: No oyes ladrar los perros, La vida no es muy seria en sus cosas, Un pedazo de noche, y Nos han dado la tierra. Y todos tienen las mismas características, muy buena velocidad –que da tiempo a la comprensión– escenas cargadas de conflictos, y excelente manejo del lenguaje que se utiliza en el campo.
Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo que no. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Cuando nació, tuvo por nombre Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, y vino al mundo en Apulco,​ Distrito de Sayula,​​ Jalisco. Su reputación se basa en dos obras: El Llano en Llamas y Pedro Páramo.
“Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:       
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales”.
Aunque en sus obras encontramos retazos de la novela revolucionaria, se considera el iniciador de las primeras experimentaciones narrativas en las que combinan la realidad y la fantasía con los grandes problemas socio-culturales, que se desarrollan en escenarios rurales y posrevolucionarios.
“Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo”.
“Diles que no me maten” fue publicado originalmente en agosto de 1951, en el Nº 66, de la revista América. Podemos decir que Rulfo es tan hábil, que en un cuento tan pequeño, maneja el formato de diálogo, para luego pasar a la narrativa, y luego a la crónica.
“Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada”.
Juán Rulfo recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1955 por su novela Pedro Páramo y ​ganó el Premio Nacional de Literatura  en 1970. ​Cuatro años más tarde, viajó a Europa para participar en el Congreso de Estudiantes de la Universidad de Varsovia y fue invitado a integrarse a la comitiva presidencial que viajó por Alemania, Checoslovaquia, Austria y Francia. El 9 de julio de 1976 fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, donde tomó posesión de la silla XXXV el 25 de septiembre de 1980 y ganó el Premio Príncipe de Asturias de España en 1983.

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