martes, 18 de junio de 2019

ARTÍCULO

Maximiliano emperador de México
Apolinar Castrejón Marino
El 19 de junio de 1867, terminó la aventura llamada Imperio Mexicano de Fernando Maximiliano de Habsburgo. En el Cerro de las Campanas de la Ciudad de Querétaro fue fusilado el emperador Maximiliano de la casa de Austria, y de pilón, murieron con él sus generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.
Antes había sido sometido a un juicio, que se celebró en el teatro municipal, el cual fue presidido por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones, y con base en un interrogatorio que el Emperador se negó a contestar, se le condenó a muerte.
Testigos presenciales del fusilamiento, cuentan que el pelotón de fusilamiento se formó a solo un metro de distancia, y aseguran que le pagó a cada uno de los soldados una moneda de oro, para que no le dispararan a la cara, par
a que pudiera ser reconocido por su madre.
Segundos antes de recibir la descarga Maximiliano dijo lo siguiente: “¡Mexicanos! Muero por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. Ojalá que mi sangre ponga fin para siempre a las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”.
Como sabemos, el presidente  Benito Juárez se había negado a pagar la deuda que había contraído con los países Francia, España y Reino Unido, y entonces amenazaron con invadir nuestro territorio. Pero ante la falta de acuerdos, en 1862, las tropas francesas penetraron al país con intenciones de instaurar una monarquía, para apoyar a los confederados en la guerra civil estadounidense (Guerra de Secesión) y así, disminuir el poder de los Estados Unidos en la región.
Después de varias batallas, el 10 de junio de 1863 las tropas francesas se adueñaron de la Ciudad de México, con un gobierno provisional, encabezado por Juan Nepomuceno Almonte  (hijo natural de José María Morelos y Pavón), Mariano Salas y el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida.
Una comisión de personas relacionadas con el Partido Conservador y la Iglesia católica, a disgusto con el gobierno de Juárez y la Constitución de 1857 llegó en 1863 al Castillo de Miramar, en Trieste, lugar donde residían Fernando Maximiliano de Habsburgo y su esposa, Carlota de Bélgica. La comisión iba encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, Francisco Javier Miranda y don José Manuel Hidalgo Esnaurrízar.
El 10 de julio de 1863, la Junta de Notables en México, emitió el siguiente dictamen:
1.- La nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico.
2.- El soberano tomará el título de Emperador de México.
3.- La corona imperial de México se ofrece a S. A. I. y R., el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, para sí y sus descendientes.
4.- En caso que, por circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegase a tomar posesión del trono que se le ofrece, la nación mexicana se remite a la benevolencia de S. M. Napoleón III, emperador de los franceses, para que le indique otro príncipe católico.
Maximiliano llegó al puerto de Veracruz en el barco Novara el 28 de mayo de 1864 entre el júbilo y algarabía de los conservadores, de Puebla y la ciudad de México. La travesía a la capital del país le ofreció un panorama de un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones.
Al llegar a la ciudad escogió el Castillo de Chapultepec como residencia, y mandó trazar un camino que le conectase a la ciudad (el actual Paseo de la Reforma), que se llamó originalmente “Paseo de la Emperatriz”. Como el emperador y la emperatriz no podían tener hijos decidieron adoptar a dos nietos (Agustín y Salvador) de Agustín de Iturbide, el primer emperador mexicano.
El Imperio Mexicano contaba con el apoyo del partido conservador, y de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea de los liberales y de la masonería en México. Durante su gobierno Maximiliano I de México trató de desarrollar económica y socialmente a los territorios mexicanos bajo su custodia, aplicando los conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa y de su familia, los Habsburgo, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa, de tradición abiertamente cristiana y católica.
Pero la política de Maximiliano resultó ser más liberal que lo que sus partidarios conservadores pudieron tolerar. Ello es así en parte por la propia estrategia de Napoleón III, que el 3 de julio de 1862 había dirigido al mariscal Forey instrucciones secretas que requerían evitar el dominio conservador del régimen, instaurando en cambio un gobierno moderado en el que estuvieran representadas todas las tendencias. Y también por el talante liberal de Maximiliano, que ya había manifestado al gobernar Lombardía en los años 1858 y 1859.
Un hecho que puso de manifiesto esa tendencia incompatible con los conservadores locales fue la negativa de Maximiliano a suprimir la tolerancia de cultos y a devolver los bienes nacionalizados de la iglesia, cuando el nuncio papal le requirió ambas decisiones. Gran parte de los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron su apoyo a Maximiliano, e inversamente, hubo liberales moderados que se aproximaron al nuevo régimen,[3] mientras que los liberales republicanos no por ello dejaron de persistir en la lucha por recuperar al país de un gobierno monárquico.
Los liberales buscaron por todos los medios la derrota del imperio. Encabezados por el Presidente Benito Juárez, permanecían firmes en la defensa de la República secular. Juárez gozaba del apoyo de los Estados Unidos, a quienes no convenía la presencia en América de un régimen apoyado por las monarquías europeas (una posición inspirada en la Doctrina Monroe), e hicieron cuanto pudieron por evitar que los conservadores mexicanos tuvieran éxito.

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