martes, 15 de octubre de 2019

ARTÍCULO CON FOTO

El Neomarxismo
Apolinar Castrejón Marino
Durante la década de 1960, en París se inició una ebullición juvenil, que se manifestaba contra la autoridad, y rechazaba la conferencia de paz para Vietnam, que se realizaba en esa ciudad.
Eran alborotos endémicos, manifestaciones sin sentido, que en el mes de Mayo de 1968, recibieron un impulso, cuando se integraron, grupos de obreros industriales, sindicatos, y el Partido Comunista Francés.
Los estudiantiles se decían izquierdistas y contrarios a la sociedad de consumo, pero no podían definir por qué protestaban y qué querían, como sí lo hacían los trabajadores y sindicatos, que reclamaban mejores salarios y mejores condiciones laborales.
Las autoridades se mostraron dispuestas a atender sus demandas, pero les exigían alguna identidad, o ideología que satisfacer. Pero los jóvenes no entendían nada de eso, y solo algunos estaban enterados que desde el siglo XIX, el marxismo había denunc
iado la injusta distribución de la riqueza, y la lucha de las clases sociales contra el estatus y el poder.
Así las cosas, los jóvenes optaron por recurrir a algunos “guías” y “asesores” (agitadores y provocadores), quienes les hablaron de algunas obras y autores, que proponían las tesis más “novedosas” y “revolucionarias”.
Esos autores contestatarios, proponían una sociedad en que privara la igualdad, que no hubiera restricciones para la conducta sexual, que se reconociera el “derecho” el homosexualismo, el derecho al aborto, y el consumo de la mariguana.
Con estas ideas “exóticas” los jóvenes parisinos formaron una “ideología”, que denominaron marxismo cultural, y que al poco tiempo, cambiaron por el nombre de neomarxismo, para darle una connotación histórica y social.
En este mundo surrealista, Max Weber -el patriarca de la Escuela de Frankfurt- encendió la antorcha del porno-comunismo a través de sus libros. Y luego entró en la escena otro escritor pernicioso, el francés Michel Foucault, líder de la promiscuidad y la anarquía.
En su libro “Locura y sinrazón” Foucault condenaba a las Iglesias, los hospitales, y el sistema penitenciario, porque los consideraba instituciones que se valen de “agentes del saber, que esconden una aviesa conspiración de dominación. Era un paranoico que en todo veía una amenaza. Rechazaba todo control de la conducta social, y estaba seguro que el “sistema capitalista”, se vale de tenebrosos agentes dominadores.
Admitía haber estado loco, pero sostenía que esa no es una enfermedad, sino una clasificación injusta y arbitraria del capitalismo: “En la Edad Media el loco se movía con libertad e incluso, a los perversos y a los criminales, se les veía con respeto”.
En nuestra época son “...víctimas del sistema”, se les confina en cárceles y asilos, y se les endilga una categorización estigmatizante”. En su libro “Vigilar y Castigar”, exaltó la figura del delincuente, y sostenía que el crimen es “...una protesta de la individualidad humana, para la liberación de nuestra sociedad”.
Foucault se afilió al Partido Comunista Francés en 1950 y siempre estuvo esperando la oportunidad para atentar promover una revolución. En su obra “Historia de la sexualidad”, llamó a los delincuentes a sembrar la violencia y el caos, y a despreciar las garantías jurídicas del Estado: “Cuando se enseña a desechar la violencia, en favor de la paz, a no querer la venganza, y preferir la justicia, se enseña a preferir la justicia burguesa, se enseña a preferir un juez, que una venganza”.
Así, la nueva izquierda neomarxista entregó a los jóvenes “revolucionarios” la envenenada herencia autodestructiva de “intelectuales” viciosos, delincuentes y depravados, para que lucharan por un mundo “liberado” de la moral, que solo acepta las las relaciones sexuales en el matrimonio, que condena el adulterio, y cualquier conducta no procreadora.
Pero  en 1982, cuando Foucault se enteró que padecía SIDA mantuvo un discretísimo silencio, y le ordenó a sus amigos y familiares que lo ocultaran. Cuando su cuerpo se pudría, renegó de sus enseñanzas, y llegó a confesar que el ideal homosexual no era “un invento moderno”. Y terminó sus días agonizando en un hospital, rodeado de médicos o sea,  en una institución, y con “agentes”, a los que siempre había despreciado.
Así pagó su libertinaje, pues cuando estaba de visita en la ciudad de San Francisco, California, acudía a los muelles en busca de “marinos machotes, golpeadores”, con quienes tenía encuentros sexuales sadomasoquistas en pestilentes baños públicos.
Durante una breve conversación con un joven homosexual que le expresó su agradecimiento por lo que había hecho por el “movimiento gay”, le contestó:
“Mi obra, verdaderamente, no tiene la menor relación con la liberación gay. En realidad me gustaba más cuando todo se hacía más disimulado. Era como una comunidad subterránea, peligrosa y excitante. La amistad significaba mucho, suponía mucha confianza, nos protegíamos unos a otros y nos vinculábamos mediante códigos secretos”.

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