miércoles, 20 de noviembre de 2019

ARTÍCULO

La revolución
y los perros
Apolinar Castrejón Marino
¿Por qué decimos “…más vueltas que un perro para echarse? Pues porque en nuestra experiencia, hemos visto que cuando se disponen a dormir, los perros escogen un rincón, pera cuando supondríamos que solo van a asentar su cuerpo, en vez de eso, se dan vueltas y más vueltas en el mismo lugar, hasta que termina por enroscarse a dormir, como cualquier perro.
Excusando la comparación, eso mismo sucedió con la Revolución Mexicana. Tantas vueltas que se dieron los líderes revolucionarios, y terminaron enroscándose como cualquier compatriota. Después de 7 años de bata
llas y varios cientos de muertos, los líderes consiguieron algo de lo que querían, mientras la población siguió igual, por los siglos de los siglos…
Como recordaremos, el iniciador de la revolución mexicana fue Don Panchito Madero, y muchos mexicanos “le hicieron el paro” con las armas, hasta que logró la Presidencia. Pero luego lo mataron y de nuevo vuelta y vuelta.
Emiliano Zapata fue un revolucionario que luchó contra la dictadura de Porfirio Díaz, porque quería “Tierra y Libertad”. Y aunque fue muy valiente y logró buenas victorias, también lo asesinaron.
Pancho Villa, fue un bandido común, que vio la oportunidad de unirse a la revolución luchando contra el gobierno. Por su heroísmo y genio militar llegó a ser general de la División del Norte. Pero también lo mataron.
Otros personajes destacados, fueron el general Álvaro Obregón que defendió al gobierno, y Victoriano Huerta, que siendo militar del gobierno, traicionó a Madero, lo asesinó, y se apoderó de la presidencia de manera abusiva.
Con la presidencia espuria de Huerta, volvieron los viejos vicios porfiristas y las inconformidades se multiplicaron. Tuvo graves conflictos con los legisladores,  y  mandó asesinar al senador chiapaneco Belisario Domínguez y terminó por disolver el Congreso.
El gobernador de Coahuila, Don Venustiano Carranza, decidió oponerse a Victoriano Huerta, y para hacer las cosas correctamente, promulgó el Plan de Guadalupe, con el cual lo desconocía, y pondrían en marcha una estrategia para hacer un cambio de mando progresivo que terminara por entregarle el poder. No funcionó bien, y terminaron matándolo.
Luego Álvaro Obregón asumió la presidencia para el periodo de 1920 a 1924, en medio de conflictos internos de los convencionistas que lo llevaron al poder. Y con la complicación de que había muchos grupos rebeldes, como los Zedillo de San Luis Potosí, los Arenas e Tlaxcala, y los Argumedo de Yucatán.
Otros inconformes eran los finqueros de Chiapas, los “soberanistas” de Oaxaca, y los petroleros de Veracruz. Luego vino el gobierno de Plutarco Elías Calles, a quien se le “hizo bolas el engrudo” con algunos conflictos como la rebelión cristera y el asesinato de Álvaro Obregón que había conseguido la reelección.
Calles inició una gran campaña de pacificación al final de su mandato, y durante la presidencia de Emilio Portes Gil, que funcionó como Presidente interino. Tuvo el gran acierto de ofrecer a los facciosos y caciques regionales, los curas, los ricos y los jefes militares lo que estaba queriendo, el reparto pacífico del pastel.
Les propuso un partido político de alcance nacional a quien llamarían Partido de la Revolución Mexicana, que sería la forma legal y aceptable para adueñarse del poder, y luego, urdir leyes, mecanismos e instituciones para que nadie se los pudiera arrebatar.
Lo más atractivo de ejercer el poder sería la “administración” de los fondos públicos bajo el aforismo de que “…el que parte y reparte, se queda con la mayor marte”. Y de manera espontánea, todos decidieron cambiar de religión, donde el único Dios sería “El Partido” y ellos serían  “La gran familia revolucionaria”.

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